jueves, 14 de mayo de 2009

EL EXTRAÑO

Unos pocos años después de que nací, mi Papá conoció a un extraño recién
arribado a nuestro pueblito en Iowa. Desde el comienzo, Papá estuvo
fascinado con este encantador recién llegado y pronto le invitó a vivir con
nuestra familia. El extraño fue rápidamente aceptado y siempre estuvo
presente a partir de entonces.

Al crecer, nunca cuestioné su lugar en mi familia. En mi joven mente, él
tenía un lugar especial. Mis padres eran instructores complementarios: Mamá
me enseñó a diferenciar el bien del mal, y Papá me enseñó a obedecer. Pero
el extraño… él era nuestro relator de historias. Nos mantenía hipnotizados
por horas sin fin con aventuras, misterios y comedias.

Si yo quería saber cualquier cosa sobre política, historia o ciencia, él
siempre sabía las respuestas sobre el pasado, comprendía el presente ¡y aún
parecía capaz de predecir el futuro! Llevó a mi familia al primer partido
de grandes ligas. Me hizo reír y me hizo llorar. El extraño nunca dejaba
de hablar, pero a Papá no pareció importarle.

Algunas veces, Mamá se levantada en silencio mientras que el resto de
nosotros nos acallábamos el uno al otro para escuchar lo que él tenía que
decir, y ella se iba a la cocina buscando paz y quietud (me pregunto ahora
si alguna vez oró para que el extraño se fuese).

Papá gobernaba nuestra casa con ciertas convicciones morales, pero el
extraño nunca se sintió obligado a honrarlas. La irreverencia, por ejemplo,
no se permitía en nuestro hogar… no de parte nuestra, ni de nuestros amigos
ni de ninguna visita.

Nuestra visita de larga estancia, sin embargo, se salía con la suya con
vulgaridades que quemaban mis oídos y hacían a mi Papá retorcerse y a mi
Mamá sonrojarse. Mi Papá no permitía el beber alcohol con liberalidad. Pero
el extraño nos animaba a probarlo de manera regular.

Hacía que los cigarrillos se vieran en la onda, los cigarros, varoniles y
las pipas, distinguidas. Hablaba libremente (demasiado libremente) sobre el
sexo. Sus comentarios eran algunas veces flagrantes, algunas veces
sugestivos, y por lo general, embarazosos.

Ahora sé que mis primeros conceptos sobre las relaciones fueron fuertemente
influenciados por el extraño. Una y otra vez se opuso a los valores de mis
padres y sin embargo, rara vez fue reprendido… y nunca se le pidió que se
fuera.

Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con mi
familia. Halló su lugar entre nosotros y ya no es tan fascinante como al
comienzo. Todavía, si pudiesen entrar a la casa de mis padres hoy, lo
hallarían sentado en su esquina, esperando a alguien para hablarle y
observarle dibujar sus imágenes.

¿El nombre del extraño? Le llamamos “TV”.

Ahora tiene una esposa… y a ella la llamamos “Computadora”.

Tiene cuatro Hijos y se llaman. Ipod,Itouch,Celular y MP3.

Leland Edwards

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