Si el problema es entre tú y yo lo arreglamos tú y yo. Queda prohibido
hacer partícipes a otros o discutir en presencia de otros.
Cuando hay testigos en la disputa el ego crece, el orgullo se hincha, lo que
se persigue no es la solución de un problema determinado sino demostrar ante
los espectadores quién es más fuerte y dominante. Un testigo físico o
mental nos motivará, sin darnos cuenta, a tratar de mantener cierta imagen y
eso bloqueará la sencillez y la humildad indispensables para llegar a un
acuerdo con quien realmente importa. Por experiencia de varios psicólogos,
los tres principales factores que causan la desintegración conyugal son el
alcohol, la infidelidad y la intervención de los familiares políticos.
El cariño y la lealtad son conceptos no negociables, por lo tanto queda
terminantemente prohibido proferir amenazas terminales.
En toda relación humana que se pretenda duradera debe haber algo intocable,
algo que no puede por ningún motivo entrar a la mesa de discusión: el cariño
La pareja podrá negociar cualquier cosa, pelear encarnizadamente por
resolver las diferencias, pero siempre protegiendo bajo una campana de acero
blindado el concepto de su amor; éste no se perjudicará con los resultados.
Amenazas como "si no cambias me largo" o "te advierto que si no accedes nos
divorciaremos" o "lo que dijiste acaba de matar mi cariño por ti", ocasiona
que la discusión se torne peligrosamente terminal.
Queda prohibido tener actitudes extremas. Si la persona pierde el
control, deberá alejarse, pero nunca realizar escenas que la hagan poco
confiable para siempre.
Cuando a Einsten le preguntaron si existía algún arma para combatir la
mortífera bomba atómica, él contestó que sí, que había una muy poderosa e
infalible: La Paz. Todos los seres humanos poseemos un arsenal de alto
calibre que por ningún motivo debe usarse con nuestros seres queridos. Esas
armas son: gritar, golpear, insultar, romper cosas, maldecir, injuriar a los
familiares del otro, azotar puertas, emborracharse, cometer adulterio, etc.
Estos recursos hieren y hacen perder la visión de lo que se discute. Las
partes se concentran en devolver sus lanzas con el único fin de lastimar al
contrincante. Las actitudes extremas son como un veneno que daña la relación
para siempre.
Se debe discutir una sola cosa a la vez.
Al enfadarse se pondrá sobre la mesa de combate solamente el asunto que haya
causado la emoción negativa. Cuando no se sabe pelear es muy común comenzar
reclamando un tema "A" y terminar disputando uno "Z" totalmente diferente,
después de haber pasado por veintisiete incisos, todos ellos sin relación,
unos hirientes, otros incoherentes, otros extremadamente añejos, pero todos
esgrimidos para lesionar al contrincante y hacerlo sentir culpable de cuanto
malo pasa entre ellos. Una discusión así no tiene ni pies ni cabeza; el
asunto inicial se complica y se deforma al grado que la pareja se siente
furiosa y el pleito no tiene solución.
Prohibido quedarse con cuentas pendientes; si algo no es lo
suficientemente grave para discutirse en el momento, deberá tolerarse para
siempre.
Al departir no deben traerse a colación asuntos que ya pasaron, que ya se
discutieron y que no tiene ningún caso revivir. Hacer eso es como meter el
dedo en heridas viejas. Si el asunto es grave se debe hablar con la persona
lo que nos molesta y dejar bien establecido que por el amor que le tenemos
estamos dispuestos a tolerarlo. Esa es la mejor estrategia para que un
familiar cambie, la que se basa en la premisa de que aunque no cambie lo
seguiremos amando. Al percibir eso él, a su vez, tarde o temprano también
deseará darnos gusto.
Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Tomado de su libro: "La última oportunidad"