Ese niño el de la sonrisa de cometa, el que lleva hasta lo hondo del mundo las preguntas tintineando como piedras preciosas. Ese niño que tirita que espera que se muerde los labios y mira de reojo y habla por lo bajo. Ese que ahora se estira sobre la fila para mirar un pájaro. El que lleva los pies con zapatos prestados. El que escribe despacio para estirar la mañana junto a una estufa. El que se llama Nada y usa lo gastado. El que sale en el carro porque la basura no tiene desperdicio. Ese niño sin rey mago bajo los colores de la esperanza, el que ahora se relame porque dijeron almuerzo. El que ahora ríe porque dijeron almuerzo, el que ahora suspira porque llevará una olla a la casa. Quiero a ese niño para este poema. Para esta aurora que tarda y no debiera. Para esta urgencia de panes que me gana. Quiero a ese niño para el canto que todavía brota como un rumor lejano desde el centro de la tierra. Ese niño el de la cicatriz en el alma, el de las alitas entablilladas por algún de vez en cuando, el de la pelota a veces porque la rutina lo arrastra al último minuto de timbre en timbre. Quiero a ese niño para este poema, para esta voz de alerta que ya es pedido de socorro. Quiero a ese niño el de las piernitas flacas bajo el pantalón cosido con hilo amarillo. Lo quiero para esta bandera que ondeará victoriosa frente a los mármoles del Fondo. Ese niño el del dientecito que falta, el de las manos apretadas contra el hambre que hostiga, el de los saltitos porque hace frío. Quiero ese niño para este poema, para esta delegación argentina a las Naciones Unidas, para esta comitiva oficial al Banco Mundial, para esta visita protocolar a Su Señoría Imperial. Ese niño lo quiero para que diga todo lo que se necesita decir sin abrir la boca sin siquiera buen día. Para que los pájaros azules de sus ojos negros llenen los salones de preguntas. Para que las ilustrísimas honorabilidades no puedan sino mirarse entre sí frunciendo la nariz. Para que a alguien se le mueva un pelo de indignación o lo que sea. Ese niño, el de los puños de lana raída, el del noséseñoritaporquemedolíalacabeza. Ese niño quiero para este poema, para esta campana de indignado basta, para esta bandera universal y terminante: Un niño con hambre es el futuro roto. Gabriel Impaglione |