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viernes, 17 de noviembre de 2017
miércoles, 8 de noviembre de 2017
Árbol en la noche - Pedro Bethencourt Padilla
Árbol en la noche
Árbol en la noche:
fantasma a la vera del camino incierto;
nadie te contempla ni te admira nadie
cuando no parece que brindas consuelo.
Ya sabrás ahora
cuán falsos los hombres fingen sus afectos.
Te han dejado solo,
porque tú en la noche no brindas consuelo.
Nadie ve en la sombra las flores o frutos
del árbol que, a solas, remeda un espectro.
Almas que mendigan placeres efímeros
pasan a tu vera, y al pasar el viento,
tú murmuras siempre con lenguaje extraño,
y ellas huyen, huyen temblando de miedo.
Te han dejado solo,
porque tú en la noche no brindas consuelo.
Y jamás has visto
la sombra de un nuevo
Francisco de Asís que dijera
la dulce palabra de su amor fraterno.
Mas tú nada esperas; te basta ser árbol,
y ni aun lo que eres te importa saberlo.
Con ramas, con flores o frutos,
a ti mismo ajeno,
de noche o de día, tu dádiva es fácil
a todas las manos que tienda el deseo.
Por eso tú eres
símbolo, en la Tierra, del amor perfecto
Mas como en la noche nadie te sospecha,
eres un misterio;
eres un fantasma para los que temen,
o eres algo inútil, tal vez, para aquellos
que marchan ansiosos de amores fugaces
mientras tú rumoras el amor eterno.
Te han dejado solo,
porque tú en la noche no brindas consuelo.
Pero yo te amo;
pero yo te siento
cerca de mi alma,
como si tuviera prendida aquí dentro
de mi ser alguna raíz de ti mismo;
de modo que, a veces, en éxtasis, pienso
si ambos no nacimos,
si ambos no seremos
ramas de un mismo árbol;
del árbol inmenso
que expande, florido de estrellas,
la copa sin fin de los cielos.
¿Somos por ventura,
tú con tus rumores y yo con mis versos,
dos fantasmas sólo, del camino al borde,
para los que pasan temblando de miedo?...
Árbol en la noche, ¡qué solos estamos
cuando no se puede prodigar consuelos!
Mas ¡qué importa, hermano!; ¡oh hermano, qué importa,
si los dos podemos,
llenos de armonía, vibrar en la noche,
tú, con tus rumores, y yo, con mis versos,
al paso de todas las almas que gimen,
o al paso del viento!...
Árbol en la noche:
fantasma a la vera del camino incierto;
nadie te contempla ni te admira nadie
cuando no parece que brindas consuelo.
Ya sabrás ahora
cuán falsos los hombres fingen sus afectos.
Te han dejado solo,
porque tú en la noche no brindas consuelo.
Nadie ve en la sombra las flores o frutos
del árbol que, a solas, remeda un espectro.
Almas que mendigan placeres efímeros
pasan a tu vera, y al pasar el viento,
tú murmuras siempre con lenguaje extraño,
y ellas huyen, huyen temblando de miedo.
Te han dejado solo,
porque tú en la noche no brindas consuelo.
Y jamás has visto
la sombra de un nuevo
Francisco de Asís que dijera
la dulce palabra de su amor fraterno.
Mas tú nada esperas; te basta ser árbol,
y ni aun lo que eres te importa saberlo.
Con ramas, con flores o frutos,
a ti mismo ajeno,
de noche o de día, tu dádiva es fácil
a todas las manos que tienda el deseo.
Por eso tú eres
símbolo, en la Tierra, del amor perfecto
Mas como en la noche nadie te sospecha,
eres un misterio;
eres un fantasma para los que temen,
o eres algo inútil, tal vez, para aquellos
que marchan ansiosos de amores fugaces
mientras tú rumoras el amor eterno.
Te han dejado solo,
porque tú en la noche no brindas consuelo.
Pero yo te amo;
pero yo te siento
cerca de mi alma,
como si tuviera prendida aquí dentro
de mi ser alguna raíz de ti mismo;
de modo que, a veces, en éxtasis, pienso
si ambos no nacimos,
si ambos no seremos
ramas de un mismo árbol;
del árbol inmenso
que expande, florido de estrellas,
la copa sin fin de los cielos.
¿Somos por ventura,
tú con tus rumores y yo con mis versos,
dos fantasmas sólo, del camino al borde,
para los que pasan temblando de miedo?...
Árbol en la noche, ¡qué solos estamos
cuando no se puede prodigar consuelos!
Mas ¡qué importa, hermano!; ¡oh hermano, qué importa,
si los dos podemos,
llenos de armonía, vibrar en la noche,
tú, con tus rumores, y yo, con mis versos,
al paso de todas las almas que gimen,
o al paso del viento!...
Pedro Bethencourt Padilla
(Vida plena, 1934)
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