Cuenta una leyenda guaraní que la vida del Girasol comenzó en un lugar a orillas del río Paraná, donde vivían dos tribus vecinas. Los caciques de ambas tribus, Pirayú y Mandió, eran muy buenos amigos, y sus pueblos intercambiaban pacíficamente artesanías y alimentos.
Pirayú pensaba que la hermandad y el respeto entre las dos tribus durarían para siempre. Mandió, en cambio, estaba convencido de que ambos pueblos debían ser uno. Sabía que Pirayú tenía una hija muy hermosa llamada Carandaí. La había visto a lo lejos, paseando por la orilla del río Paraná, rodeada de amigos,
Pirayú pensaba que la hermandad y el respeto entre las dos tribus durarían para siempre. Mandió, en cambio, estaba convencido de que ambos pueblos debían ser uno. Sabía que Pirayú tenía una hija muy hermosa llamada Carandaí. La había visto a lo lejos, paseando por la orilla del río Paraná, rodeada de amigos,
y su belleza le había quitado el sueño.
Un día fue a ver a su amigo y le dijo:
- Para que nuestros pueblos fortalezcan su hermandad convirtiéndose en uno, dame la mano de tu hija.
Pero éste le dijo que eso era algo imposible, y le contó que su hija no se casaría con ningún hombre porque había ofrecido su vida al Dios Sol. Mandió se encolerizó, y Pirayú trató de explicarle, de la mejor manera posible, que la joven Carandaí pasaba horas al Sol desde muy pequeña y vivía únicamente para él, y que los días nublados la ponían muy triste.
- ¡Esto es peor que un desprecio! -grito Mandió, y se alejó prometiendo venganza.
Pirayú se quedó muy triste y preocupado, porque pensaba que su amigo castigaría a su pueblo. Y por desgracia, al cabo de varios días, sucedió lo tan temido.
Carandaí se desplazaba en su canoa por el río, contemplando la caída del sol, cuando de pronto vio resplandores de fuego sobre su aldea. Llena de angustia remó con todas sus fuerzas hacia la orilla pero, al saltar a tierra, una trampa hecha con gruesas barras de madera cayó sobre ella y la inmovilizó.
- Ahora tendrás que pedirle a tu dios que te libere de mi venganza -dijo Mandió, riendo con expresión cruel.
-¡Oh, Kuarahí, mi querido Sol -susurró Carandaí. -¡No permitas que Mandió
Un día fue a ver a su amigo y le dijo:
- Para que nuestros pueblos fortalezcan su hermandad convirtiéndose en uno, dame la mano de tu hija.
Pero éste le dijo que eso era algo imposible, y le contó que su hija no se casaría con ningún hombre porque había ofrecido su vida al Dios Sol. Mandió se encolerizó, y Pirayú trató de explicarle, de la mejor manera posible, que la joven Carandaí pasaba horas al Sol desde muy pequeña y vivía únicamente para él, y que los días nublados la ponían muy triste.
- ¡Esto es peor que un desprecio! -grito Mandió, y se alejó prometiendo venganza.
Pirayú se quedó muy triste y preocupado, porque pensaba que su amigo castigaría a su pueblo. Y por desgracia, al cabo de varios días, sucedió lo tan temido.
Carandaí se desplazaba en su canoa por el río, contemplando la caída del sol, cuando de pronto vio resplandores de fuego sobre su aldea. Llena de angustia remó con todas sus fuerzas hacia la orilla pero, al saltar a tierra, una trampa hecha con gruesas barras de madera cayó sobre ella y la inmovilizó.
- Ahora tendrás que pedirle a tu dios que te libere de mi venganza -dijo Mandió, riendo con expresión cruel.
-¡Oh, Kuarahí, mi querido Sol -susurró Carandaí. -¡No permitas que Mandió
acabe conmigo y con mi pueblo! ¡No lo permitas!
Por un momento, el brillo del sol poniente creció y envolvió la tierra.
Por un momento, el brillo del sol poniente creció y envolvió la tierra.
Los animales de la selva chillaron alarmados. Una lengua de fuego bajó del cielo
y rodeó a Carandaí como un escudo protector.
Mandió escapó aterrado, arrojándose al río. Cuando todos los fuegos se consumieron, en el lugar donde estaba Carandaí brotó una planta desconocida,
de largo tallo, coronada por una flor dorada.
Era el girasol, que al igual que la princesa enamorada, sigue desde
Era el girasol, que al igual que la princesa enamorada, sigue desde
entonces el paso del sol por el firmamento, en adoración incondicional.
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