En Pamukkale, Turquía, sobre un acantilado fluvial de más de
doscientos metros de altitud, se eleva un grandioso decorado surrealista
sin comparación en todo el mundo.
Pamukkale, denominado “Castillo de Algodón” por sus fantásticas cascadas petrificadas y piscinas naturales que se encuentran
en constante ebullición, vivas y cristalinas. El paisaje adquiere la
dimensión de un fantástico jardín acuático, vertiéndose estanque a
estanque formando inmensas caracolas de roca calcárea, de una blancura
azulada y de una tremenda belleza. Los manantiales calientes que brotan
constantemente del interior son el origen de este prodigio y el motivo
primordial del asentamiento aquí de tantas civilizaciones pasadas.
El agua termal brota a una temperatura constante de 35º, vertiendo un
caudal constante de 240 litros por segundo. Esta agua se utiliza para
el tratamiento de distintas enfermedades. Pamukkale constituye un
escenario natural, en lo alto de un altiplano que domina el fértil valle
de Denizli , un mirador formado por centenares de travertinos de todos
los tamaños y formas. A solo 5 kilómetros al norte de Pamukkale, en
Karahayit, el agua brota de los manantiales a 38º, extraordinariamente
rica en mineral de hierro, una enorme mancha de rojo sobresale en el
verde paraje que rodea el manantial.
El amanecer y el atardecer son momentos únicos que solo se pueden
vivir aquí, el sol cayendo tras las pequeñas cascadas, hacen que este
lugar sea un verdadero paraíso. Son cientos de personas las que allí se
concentran, algunas para sanar, otras para disfrutar de las vistas y
otras simplemente de paso, convierte a Pamukkale en un destino muy
concurrido.
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